Argüendera
Olga Castillo*
En 1933 el PNR estaba en proceso de consolidación como una fuerza política dominante en México. El partido fue creado en 1929 como resultado de la llamada «pacificación» después de la Revolución Mexicana. Buscaba unificar a los diferentes grupos políticos y mantener la estabilidad en el país. Durante esta etapa temprana, el PNR estaba dirigido por figuras políticas influyentes como Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, quienes posteriormente se convertirían en presidentes de México. El partido promovía la estabilidad política y la continuidad del gobierno a través de la creación de un sistema político conocido como «presidencialismo mexicano».
Por su parte, México se encontraba en un período de importantes cambios políticos y sociales. El país estaba gobernado por el presidente Abelardo L. Rodríguez, quien asumió el cargo después de que su predecesor, Pascual Ortiz Rubio, renunciara debido a las tensiones políticas y sociales prevalecientes.
Durante este período, México estaba experimentando una transición política y luchando con los desafíos de una sociedad profundamente dividida. El país se estaba recuperando de la Revolución Mexicana, que había terminado en 1920, y se estaba esforzando por establecer un nuevo orden político y social.
Un pequeño, pero creciente puerto, llamado Salina Cruz, en el estado de Oaxaca, se erguía con un papel importante en el comercio marítimo de la región. El puerto estaba experimentando un crecimiento significativo y una mayor actividad económica debido a su estratégica ubicación en la costa del Pacífico mexicano.
Bajo todo este contexto de reacomodo social y político, nacía un 7 de junio mi abuela. Como fruto de la mescolanza de culturas, de madre mexicana y padre con raíces Polacas, hija de en medio entre más de 10 hermanos y, desde pequeña, revolucionaria.
En una época en la cual era lo “normal” que las mujeres dedicarán su vida a formar una familia y continuar con las tradiciones, ella llegó a romper esquemas y, de paso, la paciencia de mi bisabuela. Actriz, contadora, secretaria y activista, dedicó su juventud a trabajar para poder ser dueña de su tiempo, su dinero y, de vez en cuando, poder asistir a los bailes de las grandes bandas que llegaban al puerto y poder levantarse los domingos, después de una semana de arduo trabajo, un poco más tarde que el resto de las mujeres del hogar. Hasta que a los 33 años conoce a un orgulloso Puma de la UNAM, que la cortejaba incansablemente cada vacación en la que podía visitar a su familia, le aceptó un helado, y después de lo que, según mi abuela, fueron años de “rogar” de parte de él, se casaron y tuvieron 3 hijos con los que se mudaron a la Ciudad de México, San Luis Potosí, y la ciudad de Oaxaca.
De mi abuela aprendí que si algo no te gusta, lo adaptes, y si no se adapta, lo cambias. Y este lema no sólo lo aplicaba en el hogar para disciplinar a sus hijos y, posteriormente, a sus nietos, sino que era la primera en levantar firmas y hacer juntas vecinales cuando la calle no estaba lo suficientemente atendida, si faltaba agua en la colonia, organizaba a las señoras para exigir a las autoridades que cumplieran su trabajo; mi abuela quería justicia, que cada persona tuviera lo que le correspondía y, desde una muy elegante sonrisa, le gustaba ser “argüendera” afrontando lo que fuera necesario.
Mi abuela cumplió 90 años, y de ella aprendí que es de los “argüenderos” la tarea de luchar y señalar lo que se debería estar haciendo porque “a quien no habla, Dios no lo oye”.
*Secretaria Corriente Crítica Juvenil Nacional