En estos tiempos de obligada distancia, tanto la sociedad como los partidos políticos han tenido que modificar su actividad. El mundo digital está determinando nuestras formas de relacionarnos y comunicarnos; la tecnología del internet ha venido a cambiar drásticamente las formas de comunicación política, convirtiéndolo en un espacio propio para que la ciudadanía se empodere y tome conciencia de su capacidad de influencia en la toma de decisiones: en el mejor sentido de la palabra, la ciudadanía se apodera de la tecnología para convertirla en una herramienta cívica.
En el último proceso electoral federal, el ciberactivismo político —el poder de las redes sociales— fue clave para movilizar millares de personas. A ello contribuyó una situación de hastío social, aprovechada por el actual Gobierno federal, al grado que en la euforia del triunfo exaltaron como benditas a las redes sociales. Sin embargo, ya en el poder, ante la creciente crítica por las malas decisiones y pésimos resultados, sobre todo en lo que a política económica se refiere, las benditas y libres redes sociales de ayer empiezan a ser, en la voz del Gobierno, las malditas y pagadas redes sociales de hoy.
Esto ha propiciado un interesante debate sobre los efectos del mundo virtual que tiende a confrontar a optimistas y pesimistas: los primeros consideran que las tecnologías abren nuevas posibilidades de comunicación horizontal entre los ciudadanos, aceleran la velocidad de la comunicación y eliminan la distancia física, permitiendo que las personas y grupos emitan e intercambien opiniones en una escala sin precedentes; los segundos, no obstante, puntualizan que internet empobrece y polariza tanto la cultura como el debate político y propicia la destrucción de la privacidad. En no más de un año, de acuerdo con las voces oficialistas, las redes sociales han transitado de una etapa promisoria y brillante, a una fangosa y perversa tanto ideológica como políticamente, entronizando la propaganda.
Al margen de lo anterior, es evidente que vivimos en un periodo histórico donde coexisten dos mundos: uno que está llegando y otro que está dejando de ser. Aunque la impronta del viejo mundo continúe (muy) presente, se ha iniciado una nueva era para la cual hay mucho que aprender y analizar sobre el impacto de las nuevas tecnologías en el devenir de la democracia. Las prácticas políticas tradicionales de protesta —manifestaciones, mítines, pinta de bardas, colocación de carteles, etcétera— deben combinarse con otras que se originan en la red, propiciando nuevas posibilidades y desafíos en el desarrollo de las relaciones entre las formas tradicionales de participación (tanto en las organizaciones de la sociedad civil como dentro de los partidos políticos) y el activismo en el espacio virtual.
Estos tiempos de pandemia y distanciamiento social son para el PRI y los priistas un punto de quiebre; un momento de reflexión sobre valores y principios, de cuestionamientos en torno al futuro que se pretende crear. Futuro que invariablemente se dará en el marco de esta transformación tecnológica, crisol de diversidad y contradicciones, de riesgos y posibilidades virtuosas que se abren para la democracia mexicana en el tercer decenio del siglo XXI.
*Subsecretario de Organización del PRI